abril 25, 2024

 

En política, el trecho entre el dicho y el hecho se asume largo, a juzgar por la opinión generalizada de que los políticos incumplen sus promesas. Las plataformas de los partidos y las promesas de los candidatos son importantes porque nos dan una muy buena idea de qué acciones desarrollarán los ganadores una vez que asuman los cargos para los que fueron electos, y qué tipo de agenda legislativa impulsarán. Como bien sabemos, el mes de junio hay elecciones en nuestro estado y estamos todos convocados a las urnas. La asistencia es cosa distinta porque se comenta, total para lo que hacen ya que no existe un compromiso real de los ungidos y muestra de ello es que ni a sus propios partidos políticos aplican la lealtad, aclaro no todos los candidatos son así.

En esta ocasión, contagiadas del virus de la incertidumbre debido a la crisis social que estamos viviendo que nos obliga aún más a la responsabilidad de convertirnos cada uno de nosotros en garantes de la democracia, asumiendo frente a las urnas el compromiso con nuestra sociedad y votar por la mejor opción y en absoluta  libertad. Debemos ser analistas de cada uno de los personajes que participaran en el proceso porque no todos buscan ser una opción real para la ciudadanía.

Lo anterior no es solamente un mensaje para los ciudadanos, sino por el contrario, para cada uno de los candidatos sin diferenciar tendencias o esquinas  políticas. Existe hoy una asfixia y desgaste del mensaje y en las promesas en campaña de los aspirantes. Todo basado en una dialéctica política sobrecargada de retórica. Proponer, eso de proponer, lo hace cualquiera. Relativamente fácil memorizar datos, iniciativas aprendidas, compromisos de acogida popular. Muchas ofertas electorales no se hacen en serio. Aunque lo anterior no quiere decir que las propuestas no importen. Claro que sí. Son un comienzo esencial para decidir el voto. Pero son insuficientes y habría que hacerle al tema varias acotaciones. Las promesas incumplidas corrompen el lenguaje electoral y enferman a la democracia; deslegitiman su proceso y convierten el debate comicial en un espectáculo de competencia entre quién ofrece más y a quien se le descree menos.

Cuando los candidatos hacen propuestas irresponsables sólo con el fin de sumar votos, o cuando lanzan promesas de acciones que tal vez de forma sincera pensaban que eran positivas, pero que estaban armadas con base en diagnósticos equivocados, estamos ante un problema. Las promesas y propuestas de campaña pueden convertirse en una camisa de fuerza que limite el abanico de posibilidades de acción de un gobierno y lo coloque en la incómoda posición de incumplir, o bien en la improductiva tarea de tratar de realizar lo irrealizable.

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