‘La sustancia’: una lucha contra el síndrome de la mujer desechable

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De pequeña tenía unas orejas que sobresalían como grandes alas de mariposa. Algunos niños de mi colegio en Los Ángeles se burlaban de ellas, y a menudo me miraba en el espejo deseando que mis orejas quedaran planas contra mi cabeza.

No fue hasta que conseguí mi primer papel importante en un programa de televisión, a los 12 años, cuando opté por someterme a una cirugía de orejas, una decisión que nunca había hecho pública hasta ahora.

Durante años, mis padres me vieron batallar con una vergüenza privada, aunque comprendieron que era una niña fuerte que podía soportarlo. Y cuando supe que millones de personas de todo el mundo me juzgarían en sus pantallas de televisión, no solo en un patio de recreo, ese conocimiento lo cambió todo para mí.

Por aquel entonces también escribí un poema sobre el tipo de estética que estaba viendo en el mundo del espectáculo, especialmente entre las mujeres. El poema se publicaría años más tarde en mi primer libro —Free Stallion: Poems—, y en él describía a mujeres que habían hecho todo lo posible por mantenerse jóvenes y deseables: las cirugías plásticas faciales que las dejaban con aspecto de “víctimas de quemaduras de tercer grado”, o las partes del cuerpo que no parecían naturales, “narices como caniches muertos”. Me consideraba una joven feminista ardiente que se enfurecía contra el patriarcado.

Sin embargo, al cambiar mi propio cuerpo, también era una hipócrita que se rendía ante él, porque ¿cómo podría alguien no hacerlo? Someterme al bisturí fue como elegir un arma que podía esgrimir en defensa propia contra mi propia desechabilidad. Le demostró al mundo que comprendía la misión de la asimilación, que podía hacer lo que fuera necesario para encajar, sin destacar nunca, como lo hicieron mis orejas.
Crecí como actriz infantil bajo los focos sexualizados de la industria del entretenimiento. A lo largo de tres décadas, se reforzó constantemente mi responsabilidad no solo con respecto a mi oficio de actriz, sino también con respecto a la interpretación de la juventud, ya fuera cuando un director me dijo a los 20 años que la clave de una carrera duradera era mantenerse lo más joven posible durante el mayor tiempo posible; o cuando oí a un agente describir la representación de actrices que habían pasado los 30 como “el infierno en la tierra”. Este tipo de pensamiento retorcido se ha convertido en el status quo, y las mujeres

Sería menos feliz si hubiera luchado contra el deseo de llevar las orejas hacia atrás, si aún hoy me sobresalieran? No lo sé, pero pienso a menudo en ello y en mi voluntad de adaptarme a las expectativas del sector.

Mi experiencia y La sustancia no son solo historias de Hollywood. Son realidades universales para cualquier mujer, independientemente de su origen o profesión. Los mensajes sutiles del sexismo se nos transmiten como sabiduría generacional casi desde que nacemos. De niñas se nos enseña a apreciar el valor de lo que nuestros cuerpos pueden llegar a ser, y luego nos pasamos la vida endeudadas intentando conseguirlo.

Está la cirugía plástica, sí, pero también está la tenacidad del autotormento que nos enseña que nada de lo que decimos, hacemos, pensamos o queremos está bien, solo se puede hacer que esté menos mal.

Es una advertencia
No estoy diciendo que la cirugía plástica sea mala ni que todo aquel que elige cambiar su cuerpo se arrepienta de su decisión, incluido mi yo de 12 años. La elección puede implicar albedrío e incluso amor propio, y para algunas de nosotras existen razones muy personales para hacerlo. Pero Elisabeth Sparkle es una advertencia para todas nosotras sobre lo que podríamos estar dispuestas a destruir en nombre de la deseabilidad; sobre los monstruos en los que podríamos estar dispuestas a convertirnos en busca de la perfección.

En una entrevista con el Times, Demi Moore, veterana actriz e icono cultural, abordó explícitamente lo que considera el tema de la película: “Que no se trata de lo que nos hacen, sino de lo que nos hacemos a nosotras mismas”. Y en los salvajes momentos finales de La sustancia vemos esto: Elisabeth finalmente se consume a sí misma, al quedar reducida a poco más que una boca atrapada en el cuerpo bestial de una criatura que creó como parte de su implacable búsqueda por cumplir los ideales imposibles de la sociedad.

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